Altea, asomada a la bahía
La ciudad alicantina de Altea se perfila en lo alto de una colina desde donde se domina el horizonte mediterráneo. Desde lejos, el barrio histórico de esta ciudad parece perfectamente camuflado entre las faldas de la colina de Sierra Bernia, pero a medida que nos acercamos empezamos a distinguir monumentos que se destacan como la iglesia parroquial de la Virgen del Consuelo, con su cúpula de azulejos blancos y azules y la corona decorativa. Teniendo en cuenta la orografía de Altea, en la falda de la montaña, no es difícil imaginarse que las calles de esta localidad son pequeños laberintos de pasadizos estrechos y empinados que conducen al mar. Muchos escalones y recodos se convierten en excelentes e improvisados miradores entre las casas blancas, que albergan a familias de la localidad pero también a numerosos artistas y visitantes que han encontrado en Altea su refugio particular.
Esperando agosto entre las casas encaladas de Altea
En la actualidad, Altea es un centro de veraneo mediterráneo que atrae cada año a miles de turistas habituales o curiosos que llegan a la localidad para relajarse e integrarse al máximo en el ritmo más relajado de esta ciudad. La zona más animada se encuentra en la calle comercial del Rey Jaime I, aunque también merece la pena acercarse hasta el barrio pescador y hasta el puerto, los auténticos orígenes de esta ciudad volcada hacia el mar. El populoso paseo principal es la mejor opción para despedir el día junto al mar, paseando a lo largo de más de seis kilómetros de playas de arena y piedras, pequeñas cuevas y acantilados que dibujan un paisaje único. El aire tranquilo de esta ciudad se interrumpe momentáneamente en dos momentos del año. El primero de ellos es en agosto, con la celebración de los fuegos artificiales de Castell de L’Olla, y el siguiente en septiembre, con las celebraciones de Moros y Cristianos, dos ocasiones que no se pueden perder en un verano en Altea.